Una nueva rosa amarilla, tus "buenas noches niña, ten bonitos sueños". Nuestro entusiasmo previo, por las vacaciones en Fuerteventura. Kiara, que se te pone encima mientras ves una película. Ir de nuevo de la mano por el Norte, contigo. Sonreir mientras hablamos por teléfono y que tu interlocutor lo note. Tu mensaje para preguntarme como sigo después de este COVID persistente, que no acaba nunca. Estos pendientes preciosos porque te has acordado de mí en esta dura distancia. Admirar las estrellas desde tu ventana.
Son pequeñas cosas o quizás muy grandes. Todo depende de cómo o con qué lo compares.
Según parece esa percepción que tengo cuando llego a una isla no muy agradable, de agobio por sentirse rodeada por el fin por todas partes, es algo que pasa a más de uno y no sólo a mí.
Pero esta vez, en esta isla, las impresiones que he vivido han tapado cualquier síndrome que hiciera minusvalorar el disfrute.
Mi hijo llegó a decir estando allí "aún no me he ido y ya sé que quiero volver". O mi hija que es el "top"de nuestras vacaciones cuando para ella llegar los tres juntos a la plaza del Obradoiro lo catalogó como insuperable.
Supongo que como suelo decir, a veces no es tanto el "dónde" como el "con quien". Esta vez el destino ha sido una isla salvaje, desértica, bordeada por las aguas más turquesas que vi nunca.
Cuando llegamos el primer día a las dunas de Corralejo, creímos perdernos en un mar infinito de finas arenas blancas. Sorprendidos por la mar del otro lado de ese color turquesa que mencionaba, que quita el sentido, fue nuestro comienzo de esta aventura.
¿Lo mejor de esta escapada? Todo. Sus risas cómplices. La comida. Dormir hasta hartarme que si hay Dios, tenia que saber la falta que me hacía. Los paisajes increíbles de una isla salvaje que me ha sorprendido increíblemente. Por mucho que una amiga me pusiera muy bien en antecedentes, hasta que no lo ves con tus propios ojos no eres consciente. Está claro que hay magia en ese lugar. Algo allí te atrapa. Quizás sea la paz que da, la que se respira allí. Que te inunda con esa brisa de temperatura perfecta.
Amaneceres inolvidables , para mí por la luz y las gamas de colores, en contraste con esa negrura lo que hace ya unos cuantos miles de años fue lava incandescente.
Para ellos el croissant gigante con chocolate, recién hecho que nos esperaba en la cafetería justo de enfrente.
Gracias también a Rocío por sus recomendaciones y ser la primera que me hizo sentir la magia de este lugar.
Vivamos en paz e intentando ser mejores. Es lo único que se me ocurre después de una experencia así.