jueves, 14 de febrero de 2019

San Valentin y una historia que llegó a su fin.

"EL AMOR ES AQUELLO QUE DURA EL TIEMPO EXACTO PARA QUE SEA INOLVIDABLE" (Mahatma Gandhi)

Escribí esto en verano. Ya sabéis que en el caso de este blog cualquier parecido con la realidad es una mera coincidencia. Espero que os guste. No se me ocurre mejor día para publicarlo. FELIZ SAN VALENTIN.

Y llegó el momento. Cuatro años esperando y llegó. Parecía un sueño. Yo no estaba bien al principio. Mi hijo en el hospital, parecía mejorar así que lo dejé con su padre y me fui a la cita. Cuarenta y cinco minutos más tarde de la hora inicial. Pero ahí estábamos
A esa cita por la que había suplicado. Por la que había rogado sin cesar. A pesar de sus desplantes continuos. A pesar de sus mil y un rechazos. Nos vimos.
Dicen que los abrazos no deben rogarse. Dicen que no hay que suplicar amor. Pero él es distinto. Él no es una persona que cumpla cánones de ningún tipo.  Y me dijo que sí. Que nos daríamos ese abrazo. Me costaba creerlo. Pensaba que en el último momento se arrepentiría y me mandaría un mensaje de anulación. Pero la que le tuvo que llamar amenazando con aplazarlo fui yo. No obstante tenía que ser ese día. Luna de sangre. No podría ser otro día. Tuvo que ser ese y en ese lugar tan bien elegido por él.
Llegué al aparcamiento de Pedraza. Antes me había llamado por saber por dónde me encontraba. Me faltaban 5kms. Yo estaba tranquila. La noche anterior había dormido estupendamente. Llevaba acumulado cansancio por la enfermedad de mi niño y por mis trasnoches cotidianos. Pero curiosamente esa noche previa dormí muy bien.
Al llegar, él estaba allí, me hizo una especie de señal para que aparcara el coche al lado del suyo. Había un árbol y quizás allí pudiera dar sombra en algún momento. Pero yo no le hice caso, y aparqué por orden, donde tocaba, a pleno sol. Llevaba un vestido floreado minifalda, pero tenía mis deportivas para conducir (fueron casi dos horas de viaje), llevaba unas sandalias de tacón en el maletero, pensaba estar radiante para él cuando me bajara del coche, pero no me dio tiempo. Él fue a recibirme, y nos fundimos en ese abrazo como nos habíamos prometido. Un abrazo con el que creí que lloraría. Pero no. Lo único que pude hacer fue sonreír. Antes de darme cuenta él me había besado. Cuatro años habían pasado. Pero parecía que no había pasado ni un instante. “Quizás no debí haberte besado”, me dijo. “Pero no he podido evitarlo”, añadió.
Jobar, le digo, ¡¡¡ acabas de besarme y ya te estás arrepintiendo!!!!.  Y no. No era eso. Era simplemente que no le había dado yo mi permiso. ¿¿¿¿Pero qué permiso???? Si mis labios lo añoraban tanto como mi alma. Fui a esa cita protegiéndome. Serena. Firme. Sabiendo perfectamente a quien iba a ver. Al hombre que he amado en estos 5  últimos años como a nadie nunca amé y que me ha rechazado, rotundamente, produciéndome tanto dolor del que me había costado mucho salir, pero del que había conseguido hacerlo revitalizada y segura. Firme. Serena. Así estaba. Distante, quizás por protegerme. Quizás porque esa distancia era real.
No me puse las sandalias de tacón, siguiendo sus consejos. Entonces nos dimos la mano y paseamos hasta el castillo. Hacía calor. Recorrimos varias calles de ese lugar tan precioso. Hice alguna foto (ninguna nuestra, aunque él me propuso hacerme una a mí en solitario, pero no me gustan, siempre me veo fatal)
Más paseo, más besos furtivos. Hablábamos mucho. Reíamos, sonreíamos… y nuestras manos se entrelazaban.
Lo encontré como siempre. Algo más delgado. Pero el atractivo que siempre le vi seguía absolutamente intacto. El poder que siempre ha tenido sobre mí iba aumentando proporcionalmente al tiempo compartido junto a él.
¿Nos tomamos una cerveza? Me propuso. Claro, le dije y fuimos a la plaza. A un bar con terraza llena. Había una boda. Jotas para los novios.  (Qué tontos, casarse, le digo…. Yo no volvería a casarme ni aunque me lo pidieras tú, le dije bromeando).
Nos sentamos en su interior. Una mesa de madera que a veces era compartida por más intrusos. Pero yo solo le veía a él. Le miraba a él. Le escuchaba a él. Luego otra cerveza, nos pusieron pincho, un par de ellos, el primero no lo recuerdo. El segundo eran unas albóndigas riquísimas.
A la mierda mi dieta, me digo.
Es por eso que no recuerdo algunas cosas por lo que quiero plasmar esto en palabras para que perdure para siempre. No quiero olvidar ni un detalle. Ni un solo segundo de esas casi 6 horas que vivimos juntos en 4 años. Quizás de esas 6 horas de toda la vida.
Para siempre y para nunca, son expresiones que utilizo mucho, me dice sonriendo. Sobre todo cuando  le digo que siempre le querré. Y es escéptico a eso. Le digo que a mí el amor no se me va. Que para mí lo difícil es sentir eso por alguien. Que me resulta complicado amar con esa intensidad. Pero una vez conseguido, es para toda la vida. Entonces… me pregunta ¿aún quieres a tu ex? Claro. Le querré siempre. Le digo con rotundidad.
Paseando nos encontramos con la cárcel del pueblo que era visitable. No me deja pagar la entrada. Y vamos a visitarla. Había una guía muy peculiar. Hablaba de un modo extrañísimo. Como alargando las palabras. A mí me daba la risa. Pero intentaba que no se me notara y no le miraba a él para evitar comportarme como una niña pequeña y no parar de reir.
Una de las cosas que más me gusta de su físico es su altura. Tan apropiada para mí. Pero no para esa cárcel. Se dio un coscorrón con una viga que sonó fuerte (pobre, me dolió hasta mí).
La cárcel fue siniestra para mi sensibilidad. Había unas celdas en las que permanecían a oscuras 15 personas. Estuvimos dentro unos segundos los dos solos.  A mí me daban ganas intensas de que nos encerraran allí y besarlo. Él comentó que era un agobio ser encerrado allí y no poder controlar el poder salir cuando uno quisiera. Así que ni beso ni nada, salimos enseguida.
Más paseos, más besos, más cogerme por la cintura. Decirme que estaba guapa varias veces. Apartarme mi cabello de la boca y besarme. Una y otra vez. Qué rica sabes, o besas de puta madre eran expresiones que utilizaba. Yo me sentía deshacer. Y volvió a despertar todo en mí, aquello por lo que le he buscado sin cesar. En él con gran fracaso y en otros con mayor fracaso aún.
Fuimos a comer. Yo no tenía apetito. Me puse en frente de él estratégicamente. Han sido varias las veces que me han dicho en esa situación, en frente del otro comensal que estoy guapa. Que mis ojos hablan por sí solos. Que mi mirada intensa cautiva. Y lo hice con premeditación y alevosía y funcionó. Me dijo lo guapa que estaba varias veces mientras comíamos. Se moría de ganas de llevarme a algún apartado. Pero yo alargué el momento. Hacía calor.
En la comida hablamos muchas cosas. Nos dijimos cosas que solo las personas de gran confianza pueden compartir. Una vez leí que lo difícil es hablar con alguien de absolutamente todo. Y con él me pasa. Puedo decirle todo lo que pasa por mi mente sin temor a juicios. Él me dará buenos consejos si los necesitara. Puedo hablarle de amantes sin ningún temor (aunque dice que un poco sí le escuece). Él también conmigo. O eso creía. Porque cuando me dijo que tenía pareja me cambió la cara. Me desencajé y lo notó. Creí que lo sabías, me aclaró. Hombre, le respondí, visto tus comentarios (hacía pocos minutos me había dicho que en estos años había tenido sus amoríos-en pasado-) y sobre todo habiendo disfrutado sus intensos besos , era difícil de prever. Yo había presupuesto que su última relación había roto. Pero no.
Y sentí celos. Sobre todo cuando me contó que ella conocía a su madre y a sus hijos. Y que se iba a ir con sus amigos a Asturias.


JAB es muy cerrado para su círculo. Los protege como una leona a sus cachorros. Y no permite que nadie extraño invada su nido. De ahí mis celos.  Bueno por eso y por Asturias. A los dos nos apasionan esos paisajes., esa lluvia (más a él esto último). Los intensos verdes y azules en los que descansan los pensamientos. Y se va con ella. Eso duele. Y si me duele es porque le quiero para mí. El caso es que me dijo que estaba a gusto con esta chica. Y eso sé que para él es bueno. Está acompañado en este proceso de su salud que le toca ahora. Yo no podría acompañarle. Yo no podría darle esa tranquilidad que requiere. Yo le alteraría todos sus sentidos. Y él es hombre de zonas de confor. De las suyas. En las que nunca me dejó entrar. Y yo me muero de pena por eso. Aunque si él está bien, me gusta. Y me alegro.


Salimos de comer y me buscó una sombra en una piedra cerca del castillo, con vistas a un paisaje interminable. Y me llevó al cielo con sus caricias justo encima de esa piedra. Como hace siempre que está conmigo. Y nos besamos con un deseo brutal. Como el de dos amantes que se ven por última vez. Como alguien que desea a la mujer que tiene entre sus brazos para él. Para hacerle gozar como nadie nunca ha conseguido.
Y seguimos hablando y dijimos que ojalá ese momento no acabara nunca y me mencionó a Alicia en el país de las maravillas.
Alicia: ¿cuánto tiempo es para siempre?
Conejo: A veces solo un segundo.


Y entonces los dos supimos que ese momento era infinito y que reencontrarnos ha sido una de las cosas mejores que hemos podido hacer el uno para el otro. Y Pedraza permanecerá siempre en nuestra alma. Aunque él sea un cobarde, por sí mismo reconocido. Aunque él no vaya a hacer nada por mí, salvo desearme. Desearme entre sus brazos, y desearme lo mejor fuera de ellos.
Y nos hicimos alguna promesa. Yo le prometí no usar mi camisón negro y guardarlo  para él y él que no se iba a enamorar de nadie.


Y nos dimos el último abrazo. Más intenso que ninguno. Y le susurré “ Julián , eres mi amor”
Y noté como se estremecía. Y nos despedimos. Cada uno cogió su coche blanco y nos marchamos esperando ambos un último beso que no llegó (ambos esperábamos parar en un cruce,  pero yo seguí el gps y no me mandó donde poder parar) Entonces él me llamó y me dijo que le había encantado verme. Que nuestros cuerpos se acoplan a la perfección. Que guarde el camisón que el guardará su camisa para mí. Y colgamos y me volvió a llamar. Y era porque me echaba de menos. Yo lo sé. Conozco la sensación porque yo llevo echándole de menos 4 años. Y casi con toda seguridad el resto de mi vida.
Pero como dicen en mi película preferida “El príncipe de las mareas”  ojalá cada hombre y cada mujer tuvieran más de una vida. Ojalá una de las mías fuera para compartirla con él que sabe hacerme sonreír como nadie. Y soñaré con que un día se arma de valor y me viene a buscar para llevarme a mí a Asturias. A nuestra casita con vistas a la montaña por un lado y al mar por otro. Una casa con chimenea. Y escucharemos la canción de Sabina  “A orillas de la chimenea”, cosa que no hicimos juntos (hay demasiadas cosas que no hemos hecho juntos). Y tendrá un gran espejo. A nosotros se nos dan muy bien los espejos.
Quién sabe si algún día vuelven a cumplirse mis sueños con él. Quién sabe.
En realidad con él NUNCA SE SABE!























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