NO PUEDES CAMBIAR EL VIENTO PERO PUEDES AJUSTAR LAS VELAS.
Debe de ser cierto eso que dicen que las cosas llegan cuando tienen que llegar. He querido hacer esto que ahora sé que se llama “vivac” desde hace ya demasiados años. Pero ha tenido que ser ahora, con mi edad, y con mi gente. Como soy tan miedosa, para mí, cualquier cosa es un reto, pero lo bueno es que por ahora voy enfrentando los miedos en compañía y cumpliendo sueños que superan con creces las expectativas. Ha sido una preciosa aventura, han sido sensaciones maravillosas, indescriptibles y que llenan el alma.
No podía haber sido en mejor sitio. En mejor momento. Y con
nadie mejor. Un millón de gracias.
No me gusta madrugar, no vayáis a pensar, pero me encanta
ver amanecer. Contradictoria que es una. Una vez leí que las personas que se detienen
a contemplar un amanecer, tienen conexión con el ahora, saben disfrutar de las
cosas sencillas de la vida y sueñan con el nuevo día como un comienzo en el que todo está por hacer. No estoy segura de pertenecer
a este grupo de personas, pero lo que sí sé es que el amanecer del que he
disfrutado esta mañana del 7 de septiembre del 2025 no voy a olvidarlo fácilmente.
Me he emocionado de verdad. Y me gusta hacerlo. No es algo que sea tan fácil
cómo parece. Quizás lo necesite de vez en cuando. O simplemente sí sea cierto que
disfruto de las cosas sencillas.
Anoche había una luna llena espectacular, que dañaba con su luz a media noche. No impedía disfrutar además de unas estrellas inmensas, y con es techo de esta habitación tan distinta a todas, te sientes muy ,muy ,muy pequeña. Te das cuenta de verdad de lo grande que es el Universo. De lo poco que se necesita para sentirte pleno (la cena consistió en un par de huevos fritos con tomates recién cogidos del huerto). Eso sí, el cocinero y su destreza entre rocas y hornillos me dejó tan sorprendida como esa” peazo” de luz de luna. Conectas con la naturaleza. Respiras pino. Llegas a la cima mucho mejor de lo que habías previsto, y ya allí te emocionas simplemente por estar, solos antes esa inmensidad.
Mi primera sorpresa ha sido el atardecer sobre la Laguna de
Urbión. Las fotos se quemaban por el brillo tan inmenso con que pretendía
esconderse el gran astro. Un atardecer de lujo, sin duda. Al poco rato,
aparecía la luna gigante allí arriba. Estrella fugaz, y varios aviones… era
noche clara, se veía todo.
Y también se duerme, incluso cuando pensé en no pegar ojo,
por si un oso desviado me atacaba o si de verdad esos lobos de Urbión subían
por allí, o vete tú a saber, una tarántula gigante se metía en mi saco sin ser
invitada. Pues, yo me he dormido y a poco me pierdo el despertar de ese gran
sol entre las nubes y las montañas.
Ver amanecer desde lo alto de los Picos de Urbión, con el
cielo teñido de fuego entre las nubes que se deslizan lentamente sobre las
cumbres, es como presenciar cómo el mundo despierta en silencio. El aire es
puro, casi sagrado, y cada ráfaga de viento lleva consigo la historia antigua
de esas montañas.
Los buitres planean en círculos majestuosos, como guardianes del cielo, ajenos al paso del tiempo, y una no puede evitar sentirse pequeña, cómo ya comentaba, pero profundamente conectada con todo. La roca bajo tus pies, el horizonte que se estira sin fin, y el calor tímido del sol asomando entre la bruma: todo cobra sentido cuando lo compartes con alguien.
Y ese alguien te prepara un café muy calentito y te sabe a
gloria.
Gracias, Las personas que saben disfrutar de la vida sin hacer daño a nadie
tienen un brillo tranquilo, como el de una vela que no necesita llamar la
atención para iluminar. Son quienes han aprendido —a veces a base de tropiezos,
otras veces con silencios largos— que la vida no se trata de correr, de
acumular o de tener la razón, sino de saborear lo simple, lo auténtico, lo que
no se compra ni se mide.
Con los años, una va entendiendo que no todo
merece una respuesta, que no todo vale el esfuerzo de una pelea. Que la paz
interior es un lujo que no se negocia. Se aprende a disfrutar del café lento,
de las charlas sin prisa, del sol colándose entre las hojas, del silencio
compartido con alguien que no necesita explicación.
Estas personas no necesitan aplausos, porque
encuentran alegría en dar sin esperar. Sonríen porque sí, ayudan porque pueden,
y se retiran en silencio cuando algo no les pertenece. Su forma de vivir es una
lección sin pretensiones: nos enseñan que lo verdaderamente importante no hace
ruido.
Y es
que cuando el alma madura, descubre que la felicidad no se grita, se siente. Y
sobre todo, se comparte sin herir. Porque vivir bien no es tener más, sino
necesitar menos... y amar mejor. Y eso, como decía mi padre, también te lo enseña
la vida.
Gracias de nuevo y mil veces más por un atardecer espléndido. Una noche
mágica. Y un amanecer inolvidable. Este hotel no lo encuentras en booking, tiene demasiadas estrellas .
Gracias por el café, por el almuerzo en la bajada. Por las sonrisas de plenitud,
y por ayudarme a cumplir otro de mis sueños. Y lo bueno de esto es que no se me acaban… solo espero seguir cumpliendo
alguno más de vez en cuando.
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