Gracias a los que me habéis preguntado por mi blog, aquí estoy de nuevo. Hoy con una historia escrita hace ya cuatro años. Pero el otro día se la pasé a un amigo quien me dijo que le había gustado mucho y otro amigo hoy me animó a publicarla. Está dedicada a un maestro de escuela, Don Faustino quien me enseñaba valores a la par que ortografía y a Máximo, quien con sólo una conversación me enseñó que se puede ser feliz de verdad si lo eres contigo mismo.
En estos cuatro años han cambiado muchas cosas, pero la sensación de aquella tarde, sigue viva. La esencia de ese momento también.
De Don Faustino a Máximo.
Como
todos sabéis soy de pueblo, y la gente “de pueblo” o al menos la gente de mi pueblo, hemos ido a
la escuela y no al colegio. Allí, nos enseñaban los maestros, no los profesores.
Y estos no se llamaban Ana, Félix, Vicenta
o Faustino sino Doña Ana, Don Félix,
Doña Vicenta… Don Faustino….
Todos
tenemos en mente a aquel maestro que nos ha marcado para bien o para mal, para el resto de nuestra vida. Por su manera
de dirigirse a nosotros, por su forma de educarnos, de darnos cariño de
hacernos reír… o simplemente de regañarnos;
por mil cosas, en definitiva. Yo, “afortunadamente” tengo varios que dejaron huella en mí. Uno de ellos, a quien por algo que os
explicaré más adelante he recordado hoy, fue Don Faustino.
Este maestro, un día en el que un par de
compañeros discutían sobre quién era el más rico de sus respectivos padres (la
verdad es que ya apuntaban maneras los dos chavalitos éstos cuando teníamos
unos 10 años más o menos) nos contó un cuento.
Este cuento muchos de vosotros lo conoceréis,
algunos incluso porque yo misma os lo he contado en alguna ocasión, pero como
ahora “todo está en internet” os lo transcribo tal cual es, para evitar así
cualquier error que desde luego achacaría a mi mala memoria, pues han pasado
más de 30 años desde que lo escuché.
Acabo de descubrir que es un cuento de Tolstói,
ahí es nada. Aunque para mí, será
siempre el cuento de Don Faustino.
Se titula “la camisa del hombre feliz.”
Había una vez un rey cuya riqueza y poder eran tan inmensos, como eran de
inmensas su tristeza y desazón.
-Daré la mitad de mi reino a quien consiga ayudarme a sanar las angustias de mis tristes noches- dijo un día.
Quizás más interesados en el dinero que podían conseguir que en la salud del Rey, los consejeros de la corte decidieron ponerse en campaña y no detenerse hasta encontrar la cura para el sufrimiento real. Desde los confines de la tierra mandaron traer a los sabios más prestigiosos y a los magos más poderosos de entonces, para ayudarles a encontrar el remedio buscado.
-Daré la mitad de mi reino a quien consiga ayudarme a sanar las angustias de mis tristes noches- dijo un día.
Quizás más interesados en el dinero que podían conseguir que en la salud del Rey, los consejeros de la corte decidieron ponerse en campaña y no detenerse hasta encontrar la cura para el sufrimiento real. Desde los confines de la tierra mandaron traer a los sabios más prestigiosos y a los magos más poderosos de entonces, para ayudarles a encontrar el remedio buscado.
Pero todo fue en vano, nadie sabía cómo curar al monarca.
Una tarde, finalmente, apareció un viejo sabio que les dijo: -si encontráis en el reino un hombre completamente feliz, podréis curar al rey. Tiene que ser alguien que se sienta completamente satisfecho, que nada le falte y que tenga acceso a todo lo que necesita.
-Cuando lo halléis- siguió el anciano- pedidle su camisa y traedla a palacio. Decidle al rey que duerma una noche entera vestido solo con esa prenda. Os aseguro que mañana despertará curado.
Los consejeros se abocaron de lleno y con completa dedicación a la búsqueda de un hombre feliz, aunque ya sabían que la tarea no resultaría fácil.
En efecto, el hombre que era rico, estaba enfermo; el que gozaba de buena salud, era pobre. Aquel, rico y sano, se quejaba de su mujer y ésta, de sus hijos.
Todos los entrevistados coincidían en que algo les faltaba para ser totalmente felices aunque nunca se ponían de acuerdo en aquello que les faltaba.
Finalmente, una noche, muy tarde, un mensajero llegó al palacio. Habían encontrado al hombre tan interesantemente buscado. Se trataba de un humilde campesino que vivía al norte en la zona más árida del reino. Cuando el monarca fue informado del hallazgo. Éste se llenó de alegría e inmediatamente mandó que le trajeran la camisa de aquel hombre, a cambio de la cual deberían darle al campesino cualquier cosa que pidiera.
Los enviados se presentaron a toda prisa en la casa de aquel hombre para comprarle la camisa y, si era necesario –se decían- se la quitarían por la fuerza...
El rey tardó mucho en sanar de su tristeza. De hecho su mal se agravó bastante cuando se enteró de que el hombre más feliz de su reino, quizás el único totalmente feliz, era tan pobre, tan pobre... que no tenía ni siquiera una camisa.
Una tarde, finalmente, apareció un viejo sabio que les dijo: -si encontráis en el reino un hombre completamente feliz, podréis curar al rey. Tiene que ser alguien que se sienta completamente satisfecho, que nada le falte y que tenga acceso a todo lo que necesita.
-Cuando lo halléis- siguió el anciano- pedidle su camisa y traedla a palacio. Decidle al rey que duerma una noche entera vestido solo con esa prenda. Os aseguro que mañana despertará curado.
Los consejeros se abocaron de lleno y con completa dedicación a la búsqueda de un hombre feliz, aunque ya sabían que la tarea no resultaría fácil.
En efecto, el hombre que era rico, estaba enfermo; el que gozaba de buena salud, era pobre. Aquel, rico y sano, se quejaba de su mujer y ésta, de sus hijos.
Todos los entrevistados coincidían en que algo les faltaba para ser totalmente felices aunque nunca se ponían de acuerdo en aquello que les faltaba.
Finalmente, una noche, muy tarde, un mensajero llegó al palacio. Habían encontrado al hombre tan interesantemente buscado. Se trataba de un humilde campesino que vivía al norte en la zona más árida del reino. Cuando el monarca fue informado del hallazgo. Éste se llenó de alegría e inmediatamente mandó que le trajeran la camisa de aquel hombre, a cambio de la cual deberían darle al campesino cualquier cosa que pidiera.
Los enviados se presentaron a toda prisa en la casa de aquel hombre para comprarle la camisa y, si era necesario –se decían- se la quitarían por la fuerza...
El rey tardó mucho en sanar de su tristeza. De hecho su mal se agravó bastante cuando se enteró de que el hombre más feliz de su reino, quizás el único totalmente feliz, era tan pobre, tan pobre... que no tenía ni siquiera una camisa.
Y esto viene a cuento de la excursión que mi familia y
yo hemos hecho hoy. Este fin de semana hemos
ido al pueblo para celebrar allí el 5º cumple de Manel. Por la mañana hemos ido al Villar de Matacabras con los
niños. Para los que no lo conocéis, se trata de un pueblo que está a unos 3 kms
del mío (Madrigal de las Altas Torres). Cuando yo era niña, solo vivían en él 3
personas. Una anciana con sus dos hijos solteros, ya mayores, también. Sobre todo quería enseñárselo a Carla. Quería
compartir con ella el recuerdo de ir en bici con la edad que ella tiene ahora, desde Madrigal con mis amigas. El recuerdo de
llegar al Villar sedientas y muertas de
risa. No llevábamos cantimplora, ni mochila, ni protector solar, ni guantes, ni
coderas, ni rodilleras. Además como les contaba hoy, en alguna ocasión, nos
salían unos mastines de los pastores de la zona. En aquellas persecuciones nuestras
bicis no corrían, volaban más que las de Spielberg en E.T. Y eso que yo,
particularmente llevaba una bici enorme que era heredada de mi hermano y cuya
barra había cortado mi padre para que pudiera subirme en ella. La verdad es que
me la adecuó bastante bien y corría que se las pelaba cuando nos perseguían aquellos
perrazos con sus estridentes ladridos. Entre
el subidón de adrenalina por la carrera, y que no dejaban de ser 3 kms
por un camino de piedras… para unas niñas, llegábamos todas exhaustas. En el Villar había pocas cosas que hacer…
salvo la de desarrollar la imaginación entrando en casas abandonadas,
semiderruídas (tampoco llevábamos casco). Pero algo que hacíamos siempre, era
pedir aquella anciana que nos diera agua del pozo (agua que tampoco pasaba
ningún control de sanidad, por cierto). Lo sacaba minuciosamente con una polea,
y llenaba una herrada.(para los que no sabéis lo que es esto es como un cubo de
zinc). . La mujer cogía una taza de porcelana, llena de desollones negros. Ni
que decir tiene que bebíamos todas del mismo vaso. Ni nos cuestionábamos
contagio alguno. ¡Como han cambiado las cosas, madre mía!
Más de 30 años después….. el pueblo sigue sin agua
corriente, hay más casas derruídas de las que había entonces,,,y solamente
tiene un habitante: Máximo. Cómo podéis adivinar es uno de los dos hijos de
aquella anciana que nos daba agua del pozo. Cuando lo hemos encontrado hablaba
con una pareja, que había decidido hacer lo mismo que nosotros en esta preciosa
mañana de octubre. Ir desde Madrigal paseando, hasta el Villar. El hombre les
decía que no tenía llave de la iglesia, la cual, según explicaba se había
convertido en lugar de cría para la especie protegida de los cernícalos.
La pareja se ha ido decepcionada, pues esperaba haber podido
visitar la iglesia.
Yo, sin embargo he salido de allí, totalmente complacida
por la charla mantenida con Máximo.
Teníais que haberle visto: llevaba un pantalón de pana
gorda con agujeros (hoy hacía 26º) que
tenía por cinturón un trozo de cuerda.
Llevaba unas botas muy muy viejas…. Que se veían eran
al menos 2 números más de su talla y además también tenían unos enormes
agujeros. Y unos calcetines gordos que sobresalían por encima del pantalón.
Llevaba una gorra con un imperdible clavado en lo alto
(ni idea de porqué llevaba aquello encima). Y unas gafas de sol negras.
La conversación ha empezado por mi parte, recordando
ya con él aquellas excursiones que hacíamos de niñas y sobre todo el hecho de
que su madre nos daba siempre agua del pozo. El hombre ha sonreído y ha
exclamado ¡madre mía , cuánta gente ha bebido agua de este pozo!
Nos ha contado
que hace 30 años ya que murió su madre y 4 que lo hiciera su hermano. Claro,
nosotros le cosíamos al hombre a preguntas. ¿y qué edad tiene usted? ¿y no le
da miedo estar aquí solo? ¿y no tiene televisión? ,
Tengo 88 años. No me da ningún miedo vivir solo. Cada
día viene alguien de Madrigal y yo voy allí una vez por semana.
¿Cómo va , tiene coche?
Uyyyy coche, jajajaj, Yo no sé conducir. Voy en mi vieja
bicicleta. Además yo lo único que aprendí a conducir fueron las mulas.
No tengo televisión, ni falta que me hace…. Escucho de
vez en cuando la radio. En invierno nunca me falta leña para mi chimenea…en
absoluto paso frío….Nos contestaba a todas y cada una de nuestras preguntas con
una sonrisa.
Uy… que suerte tenéis, nos decía a Juancar y a mí.
Niña y niño tenéis… y que majos son…. Mira la niña para ti (me decía ) y el
niño para él… así no discutís….ja, ja,ja ja
Le he dicho de quien era hija… y se ha puesto la mar
de contento. Resulta que apreciaba enormemente a mi padre. Dice que fue a la
escuela de los 10 a los 13 años a Madrigal, y que cuando lo hacía, por allí
estaba mi padre con sus hermanos. Que qué buena gente eran todos ellos, (eso
mismo opinaba mi padre de él, con quien
coincide de vez en cuando en la
panadería del pueblo) que como era hija de quien era que nos iba a acompañar en
aquella excursión, que nos enseñaría el pozo nos contaría su historia…. Y que
les diera muchos recuerdos a mis tíos y sobre todo a mi padre.
A todos esto, va Carla y me dice….. ¡ fíjate mamá en
sus botas…….y lo feliz que es este señor!
La verdad es que el comentario de mi hija me ha hecho
pensar.
Primero en la madurez de la niña, porque la verdad que
creo que es para enorgullecerse del comentario tan observador que ha tenido y
segundo porque llevaba toda la razón del mundo.
Resulta que
Máximo era el señor del cuento de Don Faustino, fíjate,¡ si vivía a 3 kms de mi
pueblo!
Con la diferencia de que al menos tiene dos camisas.
Ambas las lleva puestas: una encima de otra…
Nos contó también, que sembraba ajos, cebollas, y tomates, allí mismo a la puerta de su casa.
Que tenía un melocotonero cuyos melocotones este año han tardado mucho en
madurar.
Cuando hemos llegado al pozo, nos ha recitado una
poesía sobre el mismo…. Que lamentándolo mucho no puedo transcribir… pero que
venía a decir que quien bebiera agua de
ese pozo iba a vivir mucho tiempo (ojalá sea verdad por la cuenta que me trae).
La pena es que está cerrado y ya no puede sacarse agua de él porque si no hoy
habría hecho beber agua a todos….
Hoy hemos vuelto a casa un poco más ricos. No sé muy
bien por qué razón pero hemos salido del Villar de Matacabras los cuatro con
una amplia sonrisa…….
Espero que os guste esta historia….en estos tiempos en
los que damos tanta importancia a todo lo material….que pobres somos todos
teniendo tantas cosas…...
Un abrazo,
Cuatro
año después de escribir esto, Máximo ya no está allí, nuestra vida familiar ha cambiado también, no obstante espero que él no
haya perdido la sonrisa….y que nosotros la mantengamos también por mucho tiempo.
Espero que os haya gustado.
Por fin VIERNESSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS. Feliz fin de semana. Aunque como dice mi amigo y escritor, Jose María Garrido "La felicidad es sólo una excepción y no la regla... Lamentablemente sí influye todo lo externo a uno!"
No hay comentarios:
Publicar un comentario