Un viaje al corazón de la nostalgia soriana
Hay lugares que se graban a fuego en el alma, rincones que al pronunciar su nombre evocan una sinfonía de emociones cálidas y un pellizco de esa dulce melancolía que nos regala el tiempo pasado. Para mí, uno de esos lugares imborrables sin duda alguna va a ser Vea, ese pequeño pueblo anclado en las Tierras Altas de Soria.
En un paraje absolutamente espectacular, 6 km y medio te llevan a otro mundo, a otra vida. Hay que caminarlos entre piedras, zarzas, riachuelos y mucho barro estos días. Pero cuando llegas se te abre el alma a otro tiempo. A otras gentes. A un pasado lleno de sonidos, que te trae el silencio. Su silencio marcado por el cantar de sus pájaros y el correr de sus aguas transparentes. Campos de ortigas brotan detrás de las fachadas, en un espacio en el que no hace tantos años, venían niños al mundo. Seguro que habría risas, llantos, confidencias, sencillez. VIDA.
Aún se oyen, si te paras un poco.
Ahora, el único eco que resuena entre sus muros desvencijados es el susurro del viento, un lamento ancestral que acaricia las fachadas desnudas. Este es un pueblo fantasma, uno de esos tantos que salpican la geografía de nuestra tierra, lugares donde la vida un día floreció y que ahora parecen dormidos en un profundo letargo.
Caminar por sus calles desiertas es una experiencia que te pellizca el alma. Sientes la ausencia, la huella imborrable de quienes se fueron, dejando tras de sí historias silenciadas. Imaginas el trajín diario, los juegos de niños en la plaza, las conversaciones al calor de la chimenea. Un velo de melancolía lo envuelve todo, una sensación palpable de un tiempo que ya no es.
Pero resulta que este pueblo donde el silencio parecía reinar absoluto, una nueva sinfonía ha comenzado a interpretarse. Una comunidad de espíritu libre, atraída por la paz y la desconexión, ha llegado para disfrutar una nueva vida entre las ruinas. Son los herederos de otra forma de entender el mundo, buscadores de una existencia más auténtica y en armonía con la naturaleza.
Sus manos, están reparando tejados, cultivando pequeños huertos donde antes solo crecía la maleza.
Esto parece una simbiosis entre el silencio respetuoso del pasado y la vitalidad vibrante del presente. Han llegado para quedarse, no para borrar la historia, sino para escribir un nuevo capítulo sobre sus cimientos.Cuando le pregunté al más joven, sobre su vida en un lugar tan apartado del mundo, tan inhóspito, me respondió, "cero preocupaciones". Pero...¿tenéis luz aquí? ¡Claro! me dice, tenemos placas solares. ¿Y agua.? Uy de eso hay de sobra, además está la fuente.
Al pasear por el pueblo ahora, sientes la dualidad. La tristeza por lo que fue se entrelaza con una punzada de esperanza. Ves la belleza de la ruina abrazada por la creatividad, la fuerza de la naturaleza reclamando su espacio y la determinación de unos pocos por construir un futuro diferente entre las piedras del ayer.
Recorrer esos casi 7 kms por el cañón del río Linares, es toda una experiencia enriquecedora de contacto con la bella naturaleza en su esplendor de esta primavera que por fin asoma, pero al llegar allí, a Vea, un pueblo que llegó a tener cerca de 400 habitantes y más de 50 casas y que ahora está absolutamente derruido, la nostalgia te invade por completo.
No hay acceso por carretera, ni siquiera por una pista. Me pregunto como hicieron llegar allí las placas solares. Aunque también me pregunto como puede ser una noche estrellada en ese lugar. Sí, me hice muchas preguntas el otro día.
Es curiosa la vida. Para unos, la preocupación puede ser que no se te actualiza la última versión de tu sistema operativo, y estás perdido. Y para otros, como Máximo el del Villar de Matacabras, o el chaval de Vea, los valores de la vida, son otros, pero parecían plenos y felices, os lo juro. Lo decían en ambos casos su amplia sonrisa.
Sí, el otro día, a parte de disfrutar como una niña esta excursión preciosa de San Pedro Manrique al despoblado ya no tan despoblado de Vea, me surgieron varias preguntas. Dónde está la felicidad de cada uno, por ejemplo. O si en realidad, ellos no están tan equivocados.
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