domingo, 7 de septiembre de 2025

VIVAC EN LA CIMA DE LOS PICOS DE URBIÓN


 NO PUEDES CAMBIAR EL VIENTO PERO PUEDES AJUSTAR LAS VELAS.

Debe de ser cierto eso que dicen que las cosas llegan cuando tienen que llegar. He querido hacer esto que ahora sé que se llama “vivac” desde hace ya demasiados años. Pero ha tenido que ser ahora, con mi edad, y con mi gente. Como soy tan miedosa, para mí, cualquier cosa es un reto, pero lo bueno es que por ahora voy enfrentando los miedos en compañía y cumpliendo sueños que superan con creces las expectativas. Ha sido una preciosa aventura, han sido sensaciones maravillosas, indescriptibles y que llenan el alma.


No podía haber sido en mejor sitio. En mejor momento. Y con nadie mejor. Un millón de gracias.

No me gusta madrugar, no vayáis a pensar, pero me encanta ver amanecer. Contradictoria que es una. Una vez leí que las personas que se detienen a contemplar un amanecer, tienen conexión con el ahora, saben disfrutar de las cosas sencillas de la vida y sueñan con el nuevo día como un comienzo en el que todo está por hacer. No estoy segura de pertenecer a este grupo de personas, pero lo que sí sé es que el amanecer del que he disfrutado esta mañana del 7 de septiembre del 2025 no voy a olvidarlo fácilmente. Me he emocionado de verdad. Y me gusta hacerlo. No es algo que sea tan fácil cómo parece. Quizás lo necesite de vez en cuando. O simplemente sí sea cierto que disfruto de las cosas sencillas.



Anoche había una luna llena espectacular, que dañaba con su luz a media noche. No impedía disfrutar además de unas estrellas inmensas, y con es techo de esta habitación tan distinta a todas, te sientes muy ,muy ,muy pequeña. Te das cuenta de verdad de lo grande que es el Universo. De lo poco que se necesita para sentirte pleno (la cena consistió en un par de huevos fritos con tomates recién cogidos del huerto). Eso sí, el cocinero y su destreza entre rocas y hornillos me dejó tan sorprendida como esa” peazo” de luz de luna. Conectas con la naturaleza. Respiras pino. Llegas a la cima mucho mejor de lo que habías previsto, y ya allí te emocionas simplemente por estar, solos antes esa inmensidad.

Mi primera sorpresa ha sido el atardecer sobre la Laguna de Urbión. Las fotos se quemaban por el brillo tan inmenso con que pretendía esconderse el gran astro. Un atardecer de lujo, sin duda. Al poco rato, aparecía la luna gigante allí arriba. Estrella fugaz, y varios aviones… era noche clara, se veía todo.

 

Y también se duerme, incluso cuando pensé en no pegar ojo, por si un oso desviado me atacaba o si de verdad esos lobos de Urbión subían por allí, o vete tú a saber, una tarántula gigante se metía en mi saco sin ser invitada. Pues, yo me he dormido y a poco me pierdo el despertar de ese gran sol entre las nubes y las montañas.

 

Ver amanecer desde lo alto de los Picos de Urbión, con el cielo teñido de fuego entre las nubes que se deslizan lentamente sobre las cumbres, es como presenciar cómo el mundo despierta en silencio. El aire es puro, casi sagrado, y cada ráfaga de viento lleva consigo la historia antigua de esas montañas.



Los buitres planean en círculos majestuosos, como guardianes del cielo, ajenos al paso del tiempo, y una no puede evitar sentirse pequeña, cómo ya comentaba, pero profundamente conectada con todo. La roca bajo tus pies, el horizonte que se estira sin fin, y el calor tímido del sol asomando entre la bruma: todo cobra sentido cuando lo compartes con alguien.

Y ese alguien te prepara un café muy calentito y te sabe a gloria.

Gracias, Las personas que saben disfrutar de la vida sin hacer daño a nadie tienen un brillo tranquilo, como el de una vela que no necesita llamar la atención para iluminar. Son quienes han aprendido —a veces a base de tropiezos, otras veces con silencios largos— que la vida no se trata de correr, de acumular o de tener la razón, sino de saborear lo simple, lo auténtico, lo que no se compra ni se mide.

Con los años, una va entendiendo que no todo merece una respuesta, que no todo vale el esfuerzo de una pelea. Que la paz interior es un lujo que no se negocia. Se aprende a disfrutar del café lento, de las charlas sin prisa, del sol colándose entre las hojas, del silencio compartido con alguien que no necesita explicación.

Estas personas no necesitan aplausos, porque encuentran alegría en dar sin esperar. Sonríen porque sí, ayudan porque pueden, y se retiran en silencio cuando algo no les pertenece. Su forma de vivir es una lección sin pretensiones: nos enseñan que lo verdaderamente importante no hace ruido.

Y es que cuando el alma madura, descubre que la felicidad no se grita, se siente. Y sobre todo, se comparte sin herir. Porque vivir bien no es tener más, sino necesitar menos... y amar mejor. Y eso, como decía mi padre, también te lo enseña la vida.

Gracias de nuevo y mil veces más por un atardecer espléndido. Una noche mágica. Y un amanecer inolvidable. Este hotel no lo encuentras en booking, tiene demasiadas estrellas . 

Gracias por el café, por el almuerzo en la bajada. Por las sonrisas de plenitud, y por ayudarme a cumplir otro de mis sueños. Y lo bueno de esto es que  no se me acaban… solo espero seguir cumpliendo alguno más de vez en cuando.

 



martes, 12 de agosto de 2025

LOS DESAYUNOS DE JAVI Y VICEN. LA FELICIDAD A VECES ES EL MEJOR DESAYUNO DEL MUNDO.

Cosas que te hacen feliz:


 A mí me hace feliz cosas como por ejemplo ver un atardecer en el mar en compañía (la compañía elegida).  Me hace feliz un abrazo sorpresa, de esos que le salen espontáneos a mi hijo, me hace feliz el amor de mi pareja, (que no sé cómo me aguanta) Me hace muy muy muy feliz, la sonrisa increíble de mi hija… y me hacen tremendamente feliz:

LOS DESAYUNOS DE JAVI Y VICEN


Hay lugares que no se olvidan, no sólo por su paisaje (las vistas al Moncayo son preciosas o incluso a la luna llena de agosto allí se ve de otra manera), ni siquiera por sus muros (la casa es HOGAR absolutamente), sino por lo que provocan dentro de una.



Cada año, cuando el calendario se acerca a estas fechas, mi corazón empieza a vibrar con una emoción tranquila y conocida: la que me lleva de vuelta a la casa rural de mis amigos, Javi y Vicen. La casa rural Valmayor, el sitio de mi recreo. Es lo más parecido a volver a casa que tengo ahora mismo.

Una vez al año, personas muy distintas nos encontramos allí. No nos une un origen común ni una historia compartida, pero sí algo mucho más importante: el cariño sincero, el respeto mutuo y una alegría sencilla que se contagia. Este año, como siempre, la casa se llenó de risas, abrazos, historias y esa calidez que solo puede ofrecer la buena gente.

Este verano, sin embargo, fue distinto. Mi hijo, que me había acompañado cada año desde niño, no pudo venir. Tiene 18 ya, trabajaba estos días, va creciendo... y aunque me alegran sus pasos, lo extrañé profundamente. No tenerlo allí fue un recordatorio suave y nostálgico de cómo pasa el tiempo. Pero también, de cuánto ha dado este lugar a nuestras vidas.

Pero allí estaba la familia valiente de Nacho, valencianos maravillosos todos ellos, que han pasado por momentos muy duros y que sin embargo llegaron con sonrisas, abrazos y una generosidad desbordante. No hace falta contar su historia para que se entienda el ejemplo que son. Solo puedo decir que su presencia fue un regalo. Su agradecimiento reconfortante y su sonrisa contagiosa. La dulzura de su niña un obsequio que me llevaré por mucho tiempo. Gracias Luz por tu narración y por transmitir tu amor por los mayores. Por tu perro, y sobre todo porque siendo tan delicada seas tan tremendamente fuerte a tus 15 preciosos años. No olvidaré la charla contigo en la piscina. Estoy segura de que vas a ser una mujer impresionante.

También compartimos charlas y silencios con un matrimonio admirable, que pronto celebrará su 50 aniversario, viajeros infatigables, Manolo y Juani ( o ya para mí, Manoli) eligen Trévago cada verano, quizás porque conocen mucho mundo y saben qué es lo que verdaderamente merece la pena. Este año no pueden ir a Australia como tenían previsto. La vida a veces interrumpe tus planes, pero lo realmente importante es que eligen de nuevo la piscina de Vicen y ahí están enamorados y juntos después de tantos y tantos inviernos. Ellos sí que saben donde pasar el verano. Ellos sí que saben valorar lo bueno de la vida.

Un hombre aragonés, que entiende de ruedas nos enseñó sobre Toyotas y tecnología, y aunque a muchos se nos escapaban los detalles técnicos, su entusiasmo y el de su familia, nos hizo sonreír a todos. De hecho, no faltaron carcajadas aquella noche, de esas que hacen que te duela la tripa.

Pero la más grande de todos es la madre de Javi, una señora de las de antes, pero con carné de conducir, porque la vida le enseñó a ser moderna, una MADRE en mayúsculas. Un ejemplo de discreción, cariño, comprensión y fuerza envuelta en optimismo. Sus ojos claros y su sonrisa no envejecen. Son tan jóvenes como el amor que da solo con estar. Transmite sabiduría y perseverancia y sólo hay que ver a Javi, para constatar aquello que de tal palo tal astilla. Gracias Marisa por tu amor. No tengo a mi madre y abrazarte a ti me recuerda un poco a ella. Gracias por ser un gran ejemplo de superación.

 

Era noche de perseidas. No vimos ninguna estrella fugaz, pero sí pedimos deseos, con el alma abierta y la esperanza intacta. Esa noche fue, como siempre, una reunión de almas buenas que eligen encontrarse.

Y qué decir de los desayunos de Javi y Vicen. No son desayunos, son celebraciones. Pan recién tostado, aceite dorado, café aromático, bizcochos caseros de moras recogidas por Vicen, o de chocolate con naranja, masa de pan frito que me trae a mi madre de nuevo, mermelada casera exquisita, mantequilla soriana y el silencio compartido del primer bocado. Javi, con su sensibilidad a flor de piel, pone el alma en cada plato.  Vicen, con su humor socarrón, hace que cualquier conversación se convierta en carcajada. Entre los dos, han creado un espacio donde uno se siente querido, cuidado, en casa. Por eso todos queremos volver.

Algunos aprenden incluso el origen de Isabel La Católica (ya te vale, Nachete. Tendrás que hacer una parada en mi Madrigal de las Altas Torres entre tanto Bruselas, París y demás ciudades, seguro, seguro que ya no se te olvida). Con todo mi cariño, eres un ejemplo de juventud admirable, de esa que disfruta triunfando, aún hay esperanza.

Volver a esa casa cada verano es volver a lo esencial. A los valores que realmente importan. A la comida que alimenta el cuerpo y a las conversaciones que alimentan el alma. A las lágrimas que no duelen y las risas que curan. A recoger oxígeno que no te llena los pulmones, sino de ese que te da vitalidad para el invierno.

Gracias a todos por esas casi 24 horas, por acompañar, por compartir, por regresar. Como dice mi chico, la casa Valmayor es una escuela de vida. Como cada año, me he reído, he llorado, he leído, me he bañado, he comido, he leído, y aunque hayan sido pocas horas ha sido tan edificante como para querer volver siempre al sitio de mi recreo.

Gracias, Javi y Vicen, por abrirnos las puertas, los brazos y el corazón. Por vuestros desayunos, por vuestras risas, por hacer de esa casa rural mucho más que una casa: un refugio donde la vida se celebra, incluso cuando duele. Por ser escuela para la menos aventajada de vuestras alumnas.

Sí, me fui borracha y no por los licores tan buenos que trajeron de Badajoz, sino por la compañía y el agradecimiento tan aplastante que se respira. Gracias a todos por esas horas tan bonitas, Ya siento Vicen ser tan cursi, ya siento aburrirte con mis borracheras emocionales, pero hoy me he ido incluso más embriagada que otras veces, aunque faltó el paseo a la ermita con mi hijo,  he salido absolutamente plena de vuestra casa, y os agradezco una vez más vuestros abrazos y que después de 20 años sigáis estando ahí para ayudarme a salir a veces de mis ahogos para convertirlos en absolutas carcajadas.

Nos vemos el próximo año. Como siempre, aunque nunca sea lo mismo. Siempre sois volver a casa. Espero veros bajo las estrellas el próximo verano.


💫

 


viernes, 25 de abril de 2025

El eco de las campanas de Vea

 Un viaje al corazón de  la nostalgia soriana

Hay lugares que se graban a fuego en el alma, rincones que al pronunciar su nombre evocan una sinfonía de emociones cálidas y un pellizco de esa dulce melancolía que nos regala el tiempo pasado. Para mí, uno de esos lugares imborrables sin duda alguna va a ser Vea, ese pequeño pueblo anclado en las Tierras Altas de Soria.

En un paraje absolutamente espectacular, 6 km y medio te llevan a otro mundo, a otra vida. Hay que caminarlos entre piedras, zarzas, riachuelos y mucho barro estos días. Pero cuando llegas se te abre el alma a otro tiempo. A otras gentes. A un pasado lleno de sonidos, que te trae el silencio. Su silencio marcado por el cantar de sus pájaros y el correr de sus aguas transparentes. Campos de ortigas brotan detrás de las fachadas, en un espacio en el que no hace  tantos años,  venían niños al mundo. Seguro que habría risas, llantos, confidencias, sencillez. VIDA.

Aún se oyen, si te paras un poco.



Cierro los ojos y casi puedo oír también el eco lejano de sus campanas, un sonido que marcaba el ritmo pausado de esa vida sencilla, donde las horas se deslizaban al compás de las estaciones y las conversaciones se tejían al calor de la lumbre. Aún se conservan las calles empedradas, testigos silenciosos de juegos infantiles y confidencias susurradas al atardecer. Puede casi sentirse el aroma inconfundible de la tierra mojada tras la tormenta de verano y el aire fresco y limpio que bajaba de las montañas cercanas. Que aún

martes, 14 de enero de 2025

La nostalgia es cuando deseas que las cosas permanezcan siempre igual. (Jeanne Moreau)



 

Mirar al pasado por un momento sirve para refrescar la vista, para recomponerla; y hacerla más apta para mirar hacia adelante. (Margaret Barber)


En tiempo de crisis es cuando los poetas sacan a sus musas. 
No sé qué me pasa, quizás sea esto de la premenopausia (por buscar una excusa creíble), no lo sé. La verdad que no tengo motivos para hablar de crisis alguna. Pero sí que últimamente me invade un halo de nostalgia al que no sé qué causa atribuirlo. Pero sí, tengo nostalgia.

Siento nostalgia de Edimburgo. Para mí que en la Edad Media fui bruja allí y me escondí entre su túneles, tan bien escondida que logré escapar de las llamas a las que tantas mujeres inocentes abrasaron en aquellos tiempo por aquellos lares. 



Me fascinó la ciudad y lo poco que pude ver del país en general, con aquellas Tierras Altas tan verdes

Con toda seguridad, la extraordinaria compañía hace que el viaje sea infinitamente más fructífero. En imágenes, en recuerdos, en risas en momentos. 

Pero sí, estos días tengo nostalgia. Nostalgia de mis hijos, ambos ya universitarios, de cuando eran pequeños y cantaban por Loquillo mientras estudiaban mates, o los tenía que llevar a clase de saxofón mientras apenas tenía yo tiempo para respirar, entre actividad y obligación, obligación y devoción, aunque por aquella época poco de esto último tenía yo.

Nostalgia de Fuerteventura y sus playas paradisíacas. Cómo me sorprendió esta isla. Otro lugar del que me enamoré para siempre. Paz es la palabra que define el recuerdo de mi sensación allí. Cuándo estuve aquellos días de verano en el sur, en Morro Jable, y mi hijo salía a correr al amanecer por aquellas interminables playas con aguas turquesas.



Nostalgia de Venecia, y sus pequeñas islas adyacentes, Murano, Burano y Torcello.


 Sobre todo esta última cuando al entrar en su iglesia de Nuestra Sra Maria Assunta de Torcello, nos sorprendieron  unas pinturas del S. XI de una belleza que quitaban el sentido. 






Nostalgia del Danubio y del Parlamento de Budapest 



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Nostalgia de Santiago de Compostela y el final del camino que en realidad es el principio de otros absolutamente insospechados

Por supuesto que me encanta mi hogar, y me siento a buen cobijo dentro. Pero a los que opináis que busco escapar de la vida viajando, os digo que no vivo para viajar, sino que viajo para VIVIR, en mayúsculas.
También os diré que Madrigal no ha salido de mí y que cada vez soy más paleta, y que cada vez mis recuerdos de infancia me golpean más fuerte haciéndome notar de dónde vengo y a mucho orgullo que lo hago (no hay pueblo más bonito en el mundo que mi Madrigal de las Altas Torres) . Pero a mucho orgullo grito también que para mí , viajar con mis hijos es uno de los placeres más maravillosos que existen. Lástima de tiempo y de dinero, pues con ellos me recorrería el mundo entero. Soy tan afortunada de poder participar de su evolución,  de disfrutar de sus risas, de sus ganas de vida, que creo, precisamente que a lo que tengo nostalgia en realidad es a ellos.
 Sin querer parecer presuntuosa, creo que puedo decir que lo he hecho tan bien, que son  mucho más independientes de lo que lo seré yo nunca. Lo he hecho tan bien, que ahora son ellos los que me enseñan. 


Viajad,  hay que salir, hay que ver mundo, disfrutad en otros amaneceres, en otras latitudes donde hay hasta cocodrilos o una familia de mapaches viene a acompañarte mientras cenas, haced caso a la tia Goyi. 
Lo que se crea, es un conjunto de recuerdos para siempre, momentos infinitos que te llenan de satisfacción a los que recurrir cuando los necesites, pues siempre estarán en ti. Cuando se recuerda, se vuelve a vivir prácticamente con la misma intensidad que te hizo ver lo efímera y a la vez infinita que es la vida, y nada es más gratificante que sea la vida precisamente , la que  premie tu esfuerzo con la sonrisa agradecida de quienes más quieres.